OPINIÓN: POR QUÉ TRIUNFA CHINA?

La importancia del mutuo conocimiento

La comprensión occidental sobre el mundo chino suele ser escasa, ya que la información que llega es a menudo incompleta. La importancia internacional que ha cobrado el país asiático está empezando a cambiar ese desconocimiento, ya que ha conseguido que se multipliquen los estudios y análisis sobre las fortalezas y debilidades del régimen chino, la importancia de la cultura y de las tradiciones para comprender su orden interior, así como sus aspiraciones internacionales. Pero con demasiada frecuencia, esas lecturas provienen de occidente, y es mucho más inusual encontrarse con la perspectiva china.
Yan Xuetong, profesor de Relaciones Internacionales en la universidad Tsinghua, de Beijing, es uno de sus intelectuales más influyentes. Ha publicado recientemente ‘Leadership and the Rise of Great Powers’ (Princeton Ed.), en el que explica cuál es la posición china, en qué asienta su régimen, cuáles son sus ideas sobre el papel de su país en el futuro y cómo afectará al reparto de poder.
Por qué triunfan las potencias
La tesis de Yan, que había afirmado en ‘Political Leadership and Power Redistribution’, es la del ‘realismo moral’ y explica de un modo diferente el auge, la permanencia y la caída de las potencias hegemónicas, basándose no tanto en el nacimiento de nuevas tecnologías, en los errores de expansión o en la fortaleza de los sistemas políticos, que son las explicaciones usuales, como en factores de liderazgo.
En una entrevista publicada en ‘Global Times’ subraya que todos los antiguos hegemones chinos experimentaron un proceso de crecimiento, declive y desaparición sin un cambio sustancial en las instituciones y que el elemento decisivo en esos cambios fue la calidad del liderazgo. “Si los sistemas políticos desempeñasen un papel decisivo, no podría explicarse por qué algunos países occidentales no se convirtieron en una gran potencia, dado que contaban con el mismo sistema que EEUU o por qué otros países comunistas durante la Guerra Fría estaban muy lejos de ser la Unión Soviética”.
Lo esencial, y a eso alude con la expresión “calidad del liderazgo”, es la capacidad de un gobierno de realizar reformas e implementarlas. En ese punto reside su fortaleza respecto de su gran competidor, EEUU, “que está en declive durante el siglo XXI porque su gobierno es menos capaz de reformarse que el chino, no porque su sistema político sea inferior”. Más allá de los cambios políticos, el país asiático ha cambiado mucho durante las últimas décadas gracias a su capacidad de adaptación, de entender las necesidades y de ajustarse a ellas. En el aspecto económico su crecimiento ha sido enorme porque primero proporcionó mano de obra barata al entorno globalizado, pero después fue asentándose en las cadenas de valor y fomentando el mercado interior, realizó una planificación estratégica esencial y giró en el ámbito tecnológico desde la mera reproducción de sistemas ajenos a liderar diferentes sectores.
Ideas y realidades. En ese mundo cambiante, asegura Yan, el papel del gobierno chino debe ser “guiar a la nación en una dirección correcta, y traducir las ideas reformistas en realidades”. Algo que no pueden decir otras naciones: “Barack Obama estaba abierto a las reformas, no pudo superar los obstáculos del congreso, de la oposición y de otros actores”.
Es un aspecto especialmente importante en nuestros tiempos, ya que los cambios científicos y tecnológicos se producen a gran velocidad y exigen una respuesta mucho más ágil. Como explica Yan, “la economía digital está emergiendo como la principal fuente de riqueza nacional y cómo competir en la era digital es nuevo tanto para Beijing como para Washington. La historia no nos ofrece ninguna referencia”.
El auge de todas las grandes potencias no dependió de replicar métodos anteriores, sino de crear nuevas estrategias en un período concreto. Por lo tanto, la prueba más importante del ascenso de China es si puede aumentar rápida y sistemáticamente su capacidad para reformar e innovar.
El aspecto más relevante de la era de la economía digital es la innovación científica y tecnológica y las grandes potencias sólo pueden explorar nuevos caminos a través de la superación y la innovación”.
Este régimen plástico, adaptativo, que sabe generar innovación y que es dirigido por un líder que entiende plenamente las necesidades del momento, presupone un orden social que permita que las reformas se produzcan sin fricciones.
Según Yan, “los antiguos filósofos chinos nos dicen que el orden de un sistema social, sin importar si es doméstico o internacional, se basa en una relación jerárquica entre sus actores. Las relaciones absolutamente iguales dan como resultado el caos. Cualquier forma de organización requiere la existencia de líderes y subordinados. La igualdad absoluta conduce a una justicia mafiosa, como se ve en las redes sociales y en el acoso que se produce en Twitter, Facebook y otras plataformas donde no hay líderes comunitarios aceptados.
Otra libertad de expresión
Ese tipo de visión ha sido habitualmente criticada por los países occidentales y les ha granjeado animadversiones. Como señala Yan Xuetong, “China no es vista como un líder internacional por los países desarrollados principalmente porque su sistema político se basa en el culto a la personalidad y no en el estado de derecho”.
El culto a la personalidad es más eficiente para gobernar que el estado de derecho, pero es también “mucho más susceptible de provocar desastres catastróficos debido a la restricción de la libertad de expresión”.
El profesor de la universidad de Tsinghua señala así una de las objeciones más habituales que se realizan a este tipo de regímenes: los sistemas verticales y autoritarios funcionan bien a corto plazo pero mucho peor a largo, porque la mayoría de la gente, por temor a las represalias, prefiere cumplir las órdenes sin plantearse preguntas, con lo que aquellos con más talento y más visión no suelen formar parte ni de los gobiernos ni de las élites. Sin embargo, China tiene un mecanismo previsto que permite salvar tanto la lentitud y las resistencias del estado de derecho como la falta de análisis y de crítica a la que aboca la ausencia de la libertad de expresión: “Con el fin de prevenir desastres y obligar a los líderes estatales a corregir sus decisiones equivocadas, vale la pena que las principales potencias consideren el establecimiento de los ‘remonstrance’, una institución popular del gobierno central en la antigua China”.
Se refiere Yan a un cuerpo de oficiales cuya tarea consistía en ejercer de balance a las decisiones de los emperadores, dándoles su visión y oponiéndose en su caso a las ideas del líder. En la China contemporánea este método se ha puesto en marcha de diferentes formas. Una de ellas son los think tank, cuyo número supera notablemente a los existentes en Occidente, y cuya influencia en el gobierno a la hora de tomar las decisiones es mucho mayor que la de los nuestros.
Esa es la forma de mantener el equilibrio, de no proscribir la crítica y de mitigar los efectos negativos de las sociedades verticales.
Una rivalidad ineludible
Este tipo de orden, que puede planificar a largo plazo y dar respuestas a corto, en el que no hay fricciones pero no ocluye las visiones diferentes, y en el que un líder sólido sabe qué caminos recorrer sería su gran fortaleza, según Yan: “Si dos países compitiesen ideológicamente, se produciría una nueva Guerra Fría que sería perjudicial para todo el mundo. Donald Trump no quiere competir en ese terreno, pero las élites estadounidenses, incluidos los miembros clave del gabinete del gobierno de Trump, sí lo desean porque creen que EEUU tiene ventaja en ese terreno”. Para Yan, “la rivalidad entre Beijing y Washington es ineludible, pero Beijing puede seleccionar en qué terrenos competir y la ideología no debe ser uno de ellos”.
Según Yan, “cuando Pompeo intentó persuadir a los aliados de Estados Unidos para que excluyeran los equipos 5G de Huawei de su red, hasta ahora solo Canadá y Australia respondieron favorablemente, mientras que Alemania, Italia o Francia rechazaron sus advertencias.
El consenso ideológico no significa necesariamente que estos países adopten políticas comunes en todos los temas. Para 2023, si se establece un mundo bipolar como he predicho, un número creciente de estados puede reanudar una política de países no alineados, que sería atractiva no sólo para las naciones en desarrollo, sino para la mayoría de los países desarrollados”.
Aún más, el profesor de Relaciones Internacionales está seguro de que “la mala comprensión de las relaciones bilaterales de los Estados Unidos dañará más sus intereses que los de China. Cuando un lado comete errores, el otro obtiene beneficios. China no puede y no necesita corregir la errónea comprensión estadounidense”.
Este nuevo tipo de realismo político de corte moral, en el que los intereses nacionales predominan y el liderazgo es esencial, ha girado ya el centro del mundo desde el Atlántico hasta el Pacífico, provocando grandes cambios en la política internacional y en las nacionales, y va a otorgar un papel diferente a Europa.
Según Yan, esta competición estratégica entre China y Estados Unidos durará al menos 20 años y en ese periodo “Washington tendrá ventaja sobre Beijing. A partir de entonces, China alcanzará el mismo estatus, en término de fuerza nacional, que EEUU”. En un libro anterior, ‘Inertia of History’, publicado en 2013, Yan Xuetong aseguró que vamos hacia un mundo bipolar, que ese proceso ya ha empezado y que para 2023 estará plenamente asentado. En ese trayecto, muchos países se verán obligados a tomar partido por una u otra potencia, y el reciente conflicto con los teléfonos móviles parece ser parte de ese juego.

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