Guardianes nikkei de lo precolombino
(*) juan.fangacio@comercio.com.pe. Periodista egresado de la Universidad de San Martín de Porres. Becario para Talent Campus del Festival de Cine de Berlín (Berlinale) y el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici). Ha trabajado como editor y redactor para diversas revistas y diarios nacionales. Labora en El Comercio desde el 2016, donde ha colaborado para las secciones El Dominical, Somos y Luces, en la que actualmente escribe
(N. de R.).Los recientes fallecimientos de Mario Amano y su madre Rosa Watanabe nos llevan a recordar el notable legado por la conservación ancestral del Museo Amano. Juan Carlos Fangacio Arakaki (*) / Diario El Comercio
Cuando Rosa Watanabe y Mario Amano –madre e hijo– recordaban cómo se formó el legado familiar, sus memorias coincidían en la imagen de Yoshitaro Amano (1898-1982). El esposo de Rosa y padre de Mario, fue un empresario y filántropo japonés que llegó al Perú por primera vez en 1929 y llevó una vida incansable: recorrió nueve países, estuvo preso durante un año y medio en campos de concentración de EE.UU. y Panamá durante la Segunda Guerra Mundial, fue enviado al África como intercambio de prisioneros, acabó de vuelta en Japón y se embarcó nuevamente hasta regresar al Perú en 1951, esta vez para quedarse.
Luego de décadas trajinando los desiertos costeros del Perú, los Amano consiguieron atesorar una de las mejores colecciones de piezas arqueológicas del país, en especial textiles y cerámicos de la cultura Chancay. Reliquias que rescataron de los huaqueros, del olvido o de la destrucción, y que comenzaron a exhibir en su casa de la calle Retiro, en Miraflores, transformada oficialmente en museo el 22 de agosto de 1964.
El Museo Amano, cerrado por estos días debido a la crisis sanitaria, luce más desolado que nunca por la pérdida física de Rosa y Mario, en poco menos de dos semanas. Primero fue el fallecimiento de la señora Watanabe, el 21 de abril, a la edad de 90 años, y luego la inesperada partida de Mario Amano (63), el último domingo (3 de mayo), por un enfisema pulmonar que se complicó con una neumonía. En ambos casos, el sepelio se tuvo que realizar en estricto privado, dada la coyuntura.
EN EL RECUERDO
Durante años, Mario Amano supo dirigir el museo con extraordinaria paciencia y apertura. No son pocos los que recuerdan su siempre atenta disposición para acompañar a los visitantes en el recorrido por las salas que albergaban verdaderas joyas del Perú prehispánico. Desde el 2014, además, Amano impulsó una renovación del museo, que incluía nuevos espacios de interacción cultural y la implementación de una nueva propuesta museográfica, lo que le dio una nueva vida.
Mika Amano, hija de Mario y desde hace un tiempo directora del museo, recuerda a su padre y a su abuela: “Ambos tenían un gran corazón y una luz muy especial –afirma–. Mi papá siempre fue un amante de la historia. Era una enciclopedia andante. Su sueño siempre fue ser arqueólogo, aunque yo siempre lo vi como un aventurero. Nunca lo vi tan feliz como cuando íbamos de campamento, pues le encantaba pescar y viajar. Y mi abuela fue la mujer más dulce que he conocido. Tenía un carisma único que atraía y cautivaba a quien haya tenido oportunidad de conocerla”, agrega.
Sobre el trabajo que realizaron en el museo, como herencia familiar, Mika Amano asegura que siempre se basó en las ideas de entrega y compromiso de su abuelo Yoshitaro, empecinado en preservar y salvaguardar una de las colecciones textiles más importantes del Perú precolombino. “Semejante labor no habría sido posible sin el profundo amor y admiración que sentían por el país y su cultura ancestral”, agrega.
La artista Belinda Tami, quien trabajó muy de cerca con la familia Amano, recuerda los valores humanos del arquitecto y gestor cultural: “Todos los grandes amigos de Mario podemos decir que trascenderá su corazón valiente y su alma pacífica con nosotros para siempre”.