ESENCIA MILENARIA DE KYOTO

LA ANTIGUA CAPITAL

Más de 2.000 templos budistas y santuarios sintoístas impregnados de historia y leyenda, exóticos y extensos jardines que invitan a la meditación, palacios y residencias imperiales conservados entre callejuelas y avenidas milenarias, casas de té regentadas por geishas modernas, senderos de aspecto zen flanquedos por cerezos en flor, eso y mucho más es lo que ofrece al viajero, Kyoto, la antigua capital imperial de Japón, hoy un auténtico santuario que conserva las reliquias más valiosas de la civilización del país insular.

La visita al Palacio Imperial (Kyoto Gosho) puede ser una acertada opción para comenzar a descubrir. Situado en el Parque Imperial o Kyoto Goen fue la residencia del shogunato hasta que, en 1869, se restauró la figura del emperador y se trasladó la capital a Tokio. En realidad, no es un palacio, sino un impresionante complejo conformado por antiguas y ostentosas residencias, templos y santuarios, levantados todos ellos en una agradable y extensa arboleda.
Otro de los palacios que se aconseja visitar en la ciudad es Nijo-jo, mucho más grande que el anterior –8.000 metros cuadrados– y de extraordinaria riqueza artística. Este lugar, fiel testigo del poder del shogun Tokugawa leyasu, es impresionante tanto por fuera –un enorme foso, muros de piedra y puertas de entrada colosales, jardines fascinantes– como por dentro, donde se exhiben valiosas obras maestras de arte.
Pero el santuario que en los últimos años ha conocido el mayor aumento de visitantes es, sin duda, Fushimi Inai-Taisha, por ser escenario de una de las escenas más referenciales de ‘Diario de una geisha’, una de las muchas películas rodadas en la ciudad. Principal santuario sintoísta, está dedicado al espíritu de Inari, la patrona de los negocios. Por eso está repleto de toriis –32.000–, precisamente, porque los comerciantes los donaban para rendir culto a Inari. Los torii son pequeños arcos tradicionales, que, a modo de puertas sagradas, delimitaban a la entrada de los santuarios sintoístas la frontera entre lo sagrado y lo profano.
Evidentemente, es imposible disfrutar de todos los templos de la ciudad pero, si hubiera que añadir algunos más a la lista de los citados hasta ahora, convendría incluir los siguientes: Kinkaku-ji o Templo del Pabellón de Oro (nombre informal del Rokuon-ji), con sus dos últimos pisos recubiertos con pan de oro; Kiyomizu-dera, ubicado estratégica y majestuosamente en la cima de una colina rodeado de cerezos y que, supuestamente, concede éxito, amor y larga vida a quienes superen algunos retos; el santuario Heian o Heian Jingu, centro de gran importancia espiritual que alardea de su gran torii de color rojo –el más grande del mundo– y de acoger cada 22 de octubre uno de los festivales más importantes de Kioto, Jidai Matsuri o festival de las Eras; y, finalmente, el templo de Sanjusangendo o Rengeo-in («Salón de los 33 espacios entre columnas»), que exhibe en su interior un millar de estatuas diferentes del dios Kannon.
Después de caminar entre tantos templos, conviene descansar un poco. Y pocos sitios habrá más adecuados para ello que el bosque de Arashiyama, famoso por sus largos senderos repletos de bambú. Quien opte por adentrase en este misterioso paisaje seguro que disfrutará, más si cabe, tras conocer la siguiente curiosidad: el especial sonido suave de los troncos de bambú chocando entre sí ha sido incluido entre los «100 paisajes sonoros de Japón».
También podría ser el momento ideal para pasear por el Camino del filósofo –llamado así por ser el lugar donde meditaba la profesora japonesa Nishida Kitaro, camino a la Universidad– o, por qué no, acercarse al Monkey Park Iwatayama, donde 120 monos macacos esperan impacientes a los visitantes que, por cierto, nunca deben mirarlos fijamente a los ojos.
El mercado de Nishiki podría ser la siguiente parada de la ruta. Es un buen lugar para disfrutar de la exótica y variada gastronomía japonesa y de adquirir auténticos kimonos teñidos a mano.
Una vez recobradas las fuerzas, es aconsejable volver a coger el camino en la mano y acercarse hasta el distrito Gion epicentro cultural de la ciudad al que acuden, especialmente, quienes buscan rastros de las antiguas geishas. Es allí donde se ubica el Teatro Minamiza cerca de la calle principal, Hanami-koji, rodeada de arboleda y de cerezos.
Pero quienes quieran acercarse aún más al mundo de las geishas deberán callejear por Pontochō, una única calle peatonal en la que se suceden casas de té (ochaya), casas de geishas (okiya), restaurantes de cocina kiotense y tiendas tradicionales.
Lo que no deberían perderse los amantes del manga japonés es, sin duda, el Museo Internacional del Manga, repleto de curiosidades. Y, una vez completado el plan previsto, una inolvidable manera de despedirse de la ciudad sería subir a la Torre de Kyoto, de 131 metros de altura, y disfrutar con telescopios de una espectacular panorámica que se extiende hasta Osaka.

Kinkaku-ji o Templo del Pabellón de Oro

 

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