Recordando los fatídicos hechos en Hiroshima y Nagasaki
Foto: RTVE
Es inevitable que cada 6 y 9 agosto, en que la comunidad internacional, más allá de los sobresaltos conflictuales regionales, pensando en el mantenimiento de la paz mundial consagrada en la Carta de San Francisco que creo las Naciones Unidas en 1945 al final de la II Guerra Mundial, el recuerdo del lanzamiento de las bombas atómicas en las prefecturas japonesas de Hiroshima y Nagasaki, que movió a toda la sociedad humana llevándola a reflexionar sobre los riesgos de acabar con su existencia. Han pasado 76 años desde que Paul Tibbets, piloto norteamericano, a bordo del bombardero Enola Gay, una de las naves B-29, lanzó las mortíferas armas nucleares Little Boy y Fat Man. Murieron en el acto y en total por los dos lanzamientos más de cien mil personas y con las secuelas inmediatas 210 mil, además de los miles de heridos, el trauma generalizada y la destrucción de ciudades.
Nada detuvo el objetivo de la Casa Blanca. Harry S. Truman, que asumió la presidencia a la muerte de Roosevelt, y que había tomado la terrible decisión, previamente había dado una proclama al Japón, junto con los líderes del Reino Unido, China y la Unión Soviética –la Declaración de Potsdam del 2 de agosto de 1945-, pidiendo al emperador Hirohito la rendición incondicional. La negativa del imperio del Sol Naciente apresuró los lanzamientos nucleares que nunca más se han vuelto a realizar en el mundo. Es verdad que este macabro evento no fue el único de impacto para la civilización.
En ese contexto, las autoridades de Hiroshima y Nagasaki conmemoraron tan trágicas fechas y alabaron, en sus mensajes solidarios, el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, al que calificaron como “un nuevo horizonte” para lograr la desaparición de este tipo de armamento y evocaron que existe ley internacional que estableciera claramente que las armas nucleares son inequívocamente ilegales, pidiendo a las potencias atómicas que lo firmen y ratifiquen lo antes posible. Los Estados nucleares “deben enfrentar la realidad de que pensar en las armas atómicas como necesarias para defender a sus países bajo la ‘disuasión nuclear’ en realidad hace que el mundo sea un lugar más peligroso”. Ninguna de las potencias nucleares han firmado el pacto y tampoco Japón, que se encuentra amparado bajo el paraguas nuclear estadounidense.
Los natos de Hiroshima y Nagasaki, así como la comunidad nipona en el Perú, al igual que de otros países, demandaron la no proliferación de ese tipo de armamento, incluso el llamado convencional, para evitar la lucha fractricidia y sumar fuerzas, más bien, por la paz y el bienestar en el globo terráqueo.