Autores vinculantes entre culturas milenarias
Enrique Verástegui Peláez
Roger Li Mau
Escribe: Richard Chuhue
En diversos ámbitos de la sociedad peruana, los descendientes chinos saben destacar. No es ajeno el caso de la cultura, donde brilla la tríada conformada por los filósofos Pedro Zulen (Sulem) Aymar y Víctor Li-Carrillo Chía, además del pensador y autodidacta Emilio Choy Ma. También el recordado doctor en Lingüística Eugenio Chang Rodríguez, prolífico autor de obras de crítica y análisis literario e histórico, y miembro de la Real
Academia de la Lengua Española en Estados Unidos.
En el campo de la literatura, desde inicios del siglo XX, destaca Augusto Kuang Veng con su poemario “Mey Shut”, elogiada por los maestros José Gálvez, José Santos Chocano y Oscar Miro Quesada.
Otros autores, como Rosendo Li, Mario Wong, Mario Choy Novoa, Teodoro Ayllón y las poetisas Julia Wong Kcomt y Kathie Wong Lo (Sui Yun), entre otros, se suman a esta saga de amantes de las letras de ascendencia china. En ese interregno está también Siu Kam-wen (nacido en china, formado en Perú y ahora residente en Hawaii), con “El tramo final” y más novelas.
También aparecen escritores peruanos que se han ocupado de
temas chinos: Manuel González Prada, defensor de los
inmigrantes chinos en el siglo XIX, César Vallejo en el cuento “Cera”, Abraham Valdelomar con “Cuentos chinos”, Armando Guerrero con la novela “El interminable viaje de John Chinaman”, Fernando de Trazegnies con “El país de las colinas de arena”, Juan José Cavero “En la ruta de los hombres silenciosos” (Premio Copé 2015) y la doctora francesa Isabelle Lausent-Herrera; el historiador Humberto Rodríguez Pastor, la socióloga Wilma Derpich-Gallo, el narrador Oswaldo Reynoso, los periodistas Manuel Jesús Orbegoso, Antonio Fernández Arce y Juan Morillas, estos últimos cuatro con largos años de residencia en China, quienes también dejan testimonios escritos, y agregamos al hermano Guillermo Dañino, que tradujo varias obras chinas al español.
En esta oportunidad, vamos a referirnos, en forma más detallada, a dos autores ya desaparecidos, cuya obra es relevante en las letras peruanas:
Enrique Verástegui Peláez (Li) y Roger Li Mau.
El poeta, narrador y ensayista Enrique Verástegui, nació en Lima en 1950, pero se crio desde muy temprana edad en Cañete (por lo cual la consideraba como su cuna natal, “el útero materno al cual siempre vuelvo” en sus palabras). Su ascendencia china le venía por el lado materno: “Ah Tao Ko, apellido de mis abuelos maternos provenientes de Cantón, ingenieros de campo llegados a Perú para tecnificar la agricultura costeña”, precisaba en su última columna escrita para el diario Expreso el día domingo 22 de julio del 2018, a la cual tituló “El aporte tusán al Perú”, en ella hace un recuento de la importancia de las contribuciones diversas a las letras de escritores de ascendencia oriental, resaltando el trabajo de la poetisa Julia Wong. Habiendo fallecido Verástegui días después, el 28 de julio de 2018, Julia le dedicó a su vez, unas líneas de homenaje: “El mestizaje étnico en Enrique Verástegui constituyó para algunos una puerta que parecía frágil y siempre abierta”. Mestizaje étnico muchas veces incomprendido, pues a sus antepasados africanos, vascos y andinos se unía también el ancestro chino, en un amalgama que el escritor no se cansó de reivindicar. El origen de ello tiene explicación histórica: Cañete fue un lugar en el cual recalaron muchos trabajadores coolies que se mezclaron y establecieron unión con la población local y ello es reconocido por autores como Watt Stewart o Juan de Arona, quienes precisan que las mujeres (entre ellas las descendientes de los antiguos afroperuanos esclavizados) preferían casarse con los chinos pues tenían fama de trabajadores y buenos esposos.
Sobre su casa familiar en Cañete, el escritor contó que fue edificada a inicios del siglo pasado por su abuelo materno, siguiendo los principios del Feng Shui: “Él decía que en verano la casa debía ser aireada y en invierno estar protegida del frío”. Constaba además de 8 habitaciones (el 8 es número de la suerte en China), entre las cuales se encontraba un ambiente que Verástegui convirtió en biblioteca, en la cual llegó a acumular 10,000 libros. Dicha casa se perdió con el terremoto del 2007.
A Enrique Verástegui se le reconoce como uno de los más importantes poetas peruanos, representante supremo de la generación de los años 70s del siglo pasado y del Movimiento Hora Zero, que se propuso refundar la poesía en el Perú, dándole un perfil más identificado con la idiosincrasia de la nueva población peruana que se iba gestando en aquellos años. Con su esposa, la también destacada poetisa Carmen Olle, desarrollaron el culto por las letras y ya en Francia, se dedicaron a difundir la obra peruana, alcanzando gran consideración.
Su legado es prolífico e incluye textos de filosofía, matemática, teatro, etc. En sus trabajos China y la filosofía oriental están presentes, debelándose claves que el autor se encargó de precisar: Uno de sus libros de poesía se llama “El teorema de Yu” (2004), en el que se expone a través de 365 versos (equivalentes al tiempo en días que se tarda la tierra en dar la vuelta al sistema solar) una explicación cosmológica del devenir humano y también una interpretación metafísica del mismo, tomando postulados orientales como también de la sabiduría andina. Sobre ello el autor detalló en una entrevista del año 2011 lo siguiente: “Escribir ese poema en el Perú, sobre matemáticas chinas (en un lugar como el Perú, donde los chinos sólo son conocidos por su “chifa”, por su buena comida y sus restauranes), y que al poco tiempo China continental haya lanzado un cohete tripulado al espacio, implicaba un campo de visión profética ahí, que hay que saber interpretar como el hecho de expresar el desarrollo tecnológico de China”.
En otro poemario titulado “Teoría de los Cambios” (2009) decide “darle voz poética y voz mística” al matemático chino del siglo XIII Ch’in Chiu-Shao, inventor del cero. En dicho libro encontramos grandes referencias también al conocimiento confuciano y al Tao Te Ching. Ya desde su primer trabajo poético, escrito en 1971 y titulado “En los extramuros del mundo” (obra que le valió la consideración unánime de la crítica especializada) uno de los más bellos poemas se titula “Datzibao”, a similitud de los grandes carteles utilizados en China para graficar temas de contenido político o moral. Es una sentida conversación con el ser amado, dicha en la grandilocuencia de dichos afiches: “Tú querías leer mis poemas, aferrarte a ese instante de dulzura donde jamás hubo límites entre uno y otro ser; y fuiste sólo una muchacha que pasó por mis ojos silenciosamente pegada a mí; a mi secreta manera de enredarme en las cosas, de explicar un mundo indeciso sembrado con piedras”. Estando por conmemorarse dos años de su sensible fallecimiento, la obra de Verástegui debe ser reivindicada también como cuota del aporte tusán, conjugado ya en el espectro de la peruanidad.
El escritor norteño Roger Li Mau nació en la hacienda Tecapa del distrito de San José, en la provincia de Pacasmayo (La Libertad); en el año de 1934, siendo hijo de Luis Li León y María Haydee Mau de Li. Se debe dejar en claro que a pesar de ser un importante escritor, su labor ha pasado prácticamente desapercibida para la crítica (en los diversos trabajos foráneos que se han realizado para resaltar el aporte tusán a las letras no se le menciona y tampoco su obra es analizada). A mi entender es una gran omisión, pues su pluma ha dejado diversos relatos que hablan de la presencia china en “Cantón Chico” o “la pequeña Cantón” como también se conocía a Chepén desde hace más de cien años.
En su adolescencia vivió en diversas ciudades como Cajamarca y Trujillo y a decir de su sobrino, el historiador tusán Miguel Situ: “Esa movilidad pudo contribuir a generar en él las múltiples vivencias de su espíritu sensible”. Ya desde temprana edad mostraba interés literario, siendo premiado en los Juegos Florales del colegio “José A. Rázuri” de San Pedro de Lloc, donde fue un excelente estudiante. Años después la Municipalidad Provincial de Chepén también lo distinguiría por estos méritos.
Casado con doña Luciola Chang Castañeda desde 1959, fue un activo promotor cultural, habiendo dejado un recuerdo imborrable por su esfuerzo en dejar constancia de las peripecias que tuvieron que afrontar los inmigrantes chinos y sus descendientes para poder adaptarse a la sociedad peruana en el norte del país. Es en ese sentido su trabajo digno de valor, pues refleja, cual novela histórica, sentimientos y añoranzas de una población representativa y le da voz a diversos personajes sociales, retratándolos de manera eficaz y completa.
En su juventud estudió periodismo y humanidades, trabajando en algún momento también como docente de Historia Universal, sin embargo, Roger Li se desempeñó básicamente como administrador de haciendas productoras de arroz en el valle del Jequetepeque. En los años 60, y a cargo de la hacienda “El Potrero”, se empapaba de las ideas humanistas y entre sus autores preferidos estaban Jean Paul Sartre y José Ingenieros. A partir de los años 80 decide instalarse definitivamente en Chepén, habiendo participado activamente del Cheng Lhin Club, además de integrar la Logia Masónica de la ciudad.
En vida publicó los libros “La Soñadora y Casta Señorita Aguilar” (2006), compuesto por 14 cuentos que muestran la cotidianeidad de la población liberteña en sus festividades, relaciones sociales y familiares. Está también ilustrado con dibujos de su propia autoría. Su siguiente texto se titula “Huellas y Raíces” (2007), novela que se desarrolla en la ciudad de Trujillo en la segunda mitad del siglo XX y que ha sido calificada como “cosmopolita y multiétnica” pues se exponen el amplio mestizaje logrado en dicho lugar (incluyendo el aporte chino) así como su relación con los acontecimientos históricos que se daban a nivel mundial y en la sociedad peruana. Su obra más lograda en este aspecto es sin embargo “Voces y Lágrimas de Ultramar” (2010), en la cual se decide revivir recuerdos familiares y explicar la génesis de la comunidad china en Chepén y el drama que significó para muchas familias la separación forzosa que se vivió producto de las restricciones dadas por la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del comunismo al gobierno en China. Los personajes retratados son entrañables y la prosa amena y convincente. Un libro de mucha utilidad sociológica y literaria que el paso del tiempo logrará consolidar como uno de los grandes aportes a la literatura nacional.
Don Roger se mantuvo activo hasta los últimos momentos de su vida, habiendo editado “El sabor de cuchipanda” (2016), donde recreó el jolgorio y fraternidad de los antiguos banquetes. Su deceso, ocurrido el día 20 de Julio del 2019, dejó profundo pesar en toda la sociedad norteña. Habiendo dejado también textos inéditos, es labor ahora de los que lo conocieron y estimaron seguir resaltando su labor y apoyar la difusión de su obra creativa.